De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera
vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se
había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se
diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus
alegres graznidos de bienvenida.
"¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando
palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio
al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada,
se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y
comentarios.
"¡Cómo me gustaría hablar con ellos!", pensó. Pero
al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió
acongojada: "¡Jamás seré como ellos!". A bordo parecía que todos estuviesen
poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores:
"¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!".
La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al
que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz.
Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al
mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La
fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta
enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó
las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una
terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!"
En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no
fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después,
bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron
sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió.
Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán
caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato
entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente,
lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos.
El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas
sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la
tempestad amainó.
Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se
sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena
de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el
agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo
de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar.
"¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma
atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito!
¡Ha sido la tormenta...! ¡ Llevémosle al castillo!" "¡No! ¡No! Es mejor
pedir ayuda..." La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el
hermoso semblante de la más joven de las tres damas.
"¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella
desconocida.
Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado
se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había
salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás
suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué
maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven
entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de
pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su
habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando
incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin
esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre.
Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a
qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres
deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas.
¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que
pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor."
"¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en
los ojos, "a condición de que pueda volver con él!"...
"¡No he terminado todavía!" dijo la vieja".
Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el
hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una
ola.
"¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un
instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa
y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras
penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte
dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre
brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y,
recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo
que el mar había traído.
"No temas" le dijo de repente, "estás a salvo.
¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo
responderle.
"Te llevaré al castillo y te curaré", dijo él.
Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos
vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que
daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las
piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque
no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y
la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida
dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la
había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de
inmediato a su país.
Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un
sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que
se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más.
Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a
llorar junto a la playa, desde donde espiaba a sus hermanas cuando subían a la superficie
y la saludaban, pero esto la hacía ponerser triste.
Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto
del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el
príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe
llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro.
Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que
perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el
príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba
enamorada.
Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron
invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el
puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la
noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta.
Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a
desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:
"¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal?
Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos.
¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser
una Sirenita como antes y olvidarás todas tus penas."
Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió
hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le
dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al
mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta
a desaparecer y volverse espuma.
Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo
amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz
por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó
del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el
mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear
en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con
nosotras!"
"¿Quiénes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta
de que había recobrado la voz "¿Dónde estoy?"
"Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento.
No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado
buena voluntad hacia ellos."
Sirenita , conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que
navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas,
mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que
nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras!