De los 12 parques que actualmente tenemos en
    España, el único cuya protección incluye parte marítima es este bellísimo
    archipiélago.
    El Parque Nacional del Archipiélago
    Marítimo-Terrestre de la Cabrera cuenta, además, con una historia azarosa, de la que
    quizá lo más conocido sea su uso como campo de maniobras militares hasta hace muy pocos
    años.
    Sin embargo, uno de sus episodios más penosos
    sucedió en el siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia. En la batalla de Bailén,
    miles de prisioneros franceses fueron concentrados en Sanlúcar, desde donde iban a ser
    enviados a Rocheford. Este acuerdo no fue respetado por el entonces Gobernador de Cádiz,
    que tras llevarlos al Puerto de Santa María los encierra en ocho navíos y los envía a
    Canarias y a Baleares. Después de intentar recalar en varios sitios, 9.000 hombres son
    dejados a su suerte en la Isla de Cabrera.
    Las miserias que estos prisioneros soportaron,
    primero en su marcha hacia el Puerto de Santa María y después hacinados en esos barcos
    fueron antesala de lo que iban a padecer durante varios años en un islote de apenas 16 km2,
    que no contaba con ningún tipo de infraestructura, ni comunicación que permitiera
    abastecerles de agua o comida de forma regular, y con un mínimo de dignidad.
    Abandonados en Cabrera, y sin oficiales que
    impusieran organización y disciplina, los hombres fueron progresivamente olvidados por
    las autoridades, que si en principio enviaron abastecimientos de víveres y agua, con la
    llegada del mal tiempo y la especulación, apenas quedaron en nada.
    No había ropa para reponer la usada, algunos
    intentaron comer hierbas silvestres - incluso tóxicas - ratas, lagartijas, etc. Los casos
    de antropofagia fueron castigados con pena de muerte.
    Las dificultades para escapar de Cabrera eran,
    prácticamente, insalvables. Hubo algunas fugas aprovechándose de alguna de las barcas
    que llevaban el suministro de agua, por ejemplo, pero hasta 1814 estos hombres no pudieron
    salir de la isla. Los que quedaron, claro, porque sólo tres mil seiscientos
    sobrevivieron.
    En la isla quedaron esparcidos los huesos de los
    muertos y las inscripciones de los prisioneros en las rocas, testigos mudos de los
    horrores que aquellos prisioneros sufrieron durante cinco años. 
    Tiempo después, se levantó un obelisco de unos
    siete metros de altura en cuyo interior una cripta contiene a modo de muestra, despojos y
    huesos. Un monumento a la memoria de todos aquellos que murieron en una tierra que sólo
    parece estar hecha para el disfrute de su belleza.
    Para completar toda esta información es
    imprescindible la consulta del libro Los franceses en Cabrera,
    elaborado por Pellisier et Phelipeau, de la editorial Aucadena, Palma de Mallorca, 1990. 
    Existe además, un libro imprescindible para todo
    aquel interesado en este parque nacional, El Archipiélago de Cabrera,
    escrito por el Grupo Balear de Ornitología y Defensa de la Naturaleza. Editorial Moll,
    Mallorca, 1990.
    