La Cueva de Pont d'en Gil
Por Fco. José Echeverría
sta inmersión es mítica dentro del buceo en la isla y se realiza por
varios centros de buceo de la zona. Esta situada junto a un brazo de tierra que envuelve
una ensenada llamada Sa Cigonya. Ese brazo de tierra forma un puente que por su altura,
anchura y fondo del agua permite el paso de embarcaciones. Es Pont d'en Gil. Junto al
puente, en su lado de tierra firme se abre una cueva cuya entrada se ve desde el mar,
aunque enseguida termina y sólo se puede continuar su visita bajo el agua. Parece ser que
esta cueva fue descubierta por el buceador balear Eduardo Admetlla, según publicó la
revista Apnea. (Ver el reportaje dedicado a ella en el nº 20 de Septiembre-Octubre de
1.994).
La cueva tiene una profundidad de unos 300 m, en su inmensa
mayoría no está totalmente sumergida, no tiene galerías adyacentes al margen de la
principal y su anchura es tal que permite que tres o cuatro buceadores vayan uno junto al
otro. Estos elementos hacen que la inmersión sea completamente segura para buceadores con
un poco de experiencia, sin que pueda ser considerada como una inmersión técnica.
Por supuesto se deben guardar todas las medidas de
seguridad, especialmente fuentes de iluminación duplicadas para todos, y conservar la
regla de los tercios en la reserva de aire (1/3 para entrar, 1/3 para salir y 1/3 de
reserva), aunque como la inmersión se realiza en poco tiempo, esta regla se cumple casi
sin proponerselo.
Al entrar en la cueva, cuya profundidad máxima en la entrada
es de -12 m., hay que vigilar la fauna que sale de ella asustada por nuestros focos y el
alboroto de las burbujas. Sin duda aparecerán corvinas, brótolas y alguna morena que
todavía esté de caza nocturna. Las paredes son de granito y uno se siente sobrecogido
por la grandeza de la bóveda.
Llegando hasta el final de este vestíbulo
conviene darse la vuelta para ver recortarse el azul del mar con la silueta de la entrada.
Si continuamos profundizando pasaremos por el gran salón de este palacio natural. El
suelo deja de ser de roca y se convierte en arena lo que obliga a tener más cuidado al
aletear, para no levantar sedimento que enturbie el agua.
Empiezan a aparecer la estalagmitas desde el suelo, muchas de
ellas rotas, otras que se unen a estalactitas que caen del techo hasta formar columnas de
fantasmagoricas formas.
El agua, sin embargo, parece que no existe. Es tal
la claridad y la transparencia de estas aguas que a uno la pasa por la cabeza la idea de
quitarse la máscara, por inútil.
Al llegar al final de esta sala, el agua se
enturbia repentinamente: es donde se mezcla el agua salada y el agua dulce que emana de la
tierra. Parece una gigantesca termoclina, que unida al último paso donde el techo se
sumerge hace que el corazón más bravo palpite con fuerza. El agua parece más fría. En
este punto se distingue en la pared una línea donde una vez estuvo el nivel de agua, hoy
sumergida casi dos metros.
Llegamos al final. Es lo que los lugareños llaman la playa,
porque el fondo es de arena blanca. De pie en el suelo y con el agua al pecho vemos el
final de la galería. Al fondo se oyen rumores de aire, lo que hace sospechar que puede
haber más galerías, pero esta sala parece cerrada.
Comentamos las incidencias de la entrada y damos
la vuelta para emprender el regreso. Al pasar al gran salón, emergemos y el espectáculo
es grandioso: grandes columnas, formaciones calcáreas como el órgano de una iglesia
rodean las paredes.
Esta sala se recorre en superficie, con el
chaleco hinchado y nadando de espaldas viendo la altura de la bóveda e iluminando las
paredes de este palacio gótico que con nuestros focos vuelve a recobrar la vida.
Hay una zona que permite
quitarse el equipo y avanzar por la superficie, y el aire fresco nos indica
que debe haber más salidas, aunque no se sabe si del tamaño suficiente como
para explorarlas.
La roca es escurridiza y
hay unas formaciones que parecen ramitas de coliflor en la roca. Antes de
que se gasten las baterías de los focos nos volvemos a poner el equipo y
salimos de nuevo al vestíbulo, sólo traspasando el umbral que nos muestra la
salida.
Esta inmersión es larga, pero muy poco profunda, y siempre
queda aire suficiente para recorrer los aledaños de la cueva, pasar por debajo del
puente, navegar sobre la posidonia y llegar al lecho de arena, a -25 m., cuya luminosidad
siempre sorprende a nuestros ojos acostumbrados a las tinieblas de la gruta. Los
alrededores de Pont d'en Gil merecen otro artículo aparte.
© Fco. José Echeverría
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