Fuerteventura, jable y salitre 
    por José Barrera Artiles 
    Fotos de Rafael Herrero Massieu 
    Publicado en la revista SCUBA Nº30, Enero 1997
    
     
     l jable, las grandes extensiones de arena blanca, cubre cada uno
    de los rincones de Fuerteventura, la isla canaria que se extiende al sol a 100 kilómetros
    de distancia del continente africano. En la antigua Maxorata, el visitante tendrá la
    impresión de haberse perdido en el tiempo al contemplar sus extensas llanuras de tierra
    seca y escuchar su silencio sólo perturbado por el Atlántico que lleva y trae
    cristalinas las aguas que bañan sus decenas de kilómetros de playa, en muchos casos
    vírgenes aún. Cuna de tradiciones y destierro de Miguel de Unamuno, Fuerteventura vive
    de cara al mar, que esconde sus ricos fondos desde Corralejo a Jandía, y al salitre
    perceptible desde cualquier punto de la Isla.  
    El municipio de Pájara es el
    punto más sureño de Fuerteventura y junto a Betancuria y La Oliva uno de sus
    asentamientos poblacionales más antiguos. Aquí se encuentran todas las actividades
    económicas que se dan en la Isla, agricultura, ganadería, pesca y turismo, la base del
    término municipal, ya que es aquí donde se levantan los hoteles y apartamentos al amparo
    de la inigualable playa de Jandía. Fuerteventura tiene en realidad dos mares, el de las
    playas quietas, el del agua relajante de Sotavento y el mar bravío que entra en cuevas y
    ruge contra los acantilados en Barlovento. 
    Esta isla goza del privilegio de
    tener la mayor plataforma de todo el Archipiélago, que se une a Lanzarote en el Norte y
    continúa varios kilómetros desde el faro de la Punta de Jandía. Los fondos son arenosos
    en Sotavento, rocosos cerca de tierra y en el bordo del talud que los marineros llaman
    veril. Hasta 30 metros de profundidad hay grandes zonas arenosas cubiertas de algas verdes
    del género Cymodocea que en las islas reciben el nombre de sebas, por lo que los
    manchones que producen se denominan sebadales. 
    
     En Fuerteventura todas las inmersiones son de gran riqueza para el
    buceador, aunque es fundamentalmente el Sur de la Isla el punto más idóneo, dadas sus
    condiciones de abrigo de los vientos dominantes. De las distintas opciones que presenta la
    costa majorera en el Sur, una de ellas sobresale por espectacular. 
    El Veril de Morro Jable es un
    punto de visita obligada cuando se quiere conocer la riqueza de Fuerteventura bajo el mar.
    El Veril es, por derecho propio, uno de los santuarios submarinos de Canarias. Se trata de
    una plataforma de arenisca compacta que se hunde a 17 metros en su parte superior llegando
    hasta 40 metros de profundidad. 
    Para llegar al veril, el punto de
    referencia es el faro que se levanta sobre la playa de Jandía, delante de los hoteles. La
    inmersión resulta cómoda desde tierra, donde el buceador optará por navegar por
    superficie hasta El Veril, aproximadamente 100 metros, o hacerlo a través de un entramado
    de cuerdas dispuesto por los clubes de buceo tanto para el acceso como para la salida o
    las paradas de descompresión. La infraestructura de los centros de buceo de la zona
    permiten igualmente llegar al lugar de inmersión en embarcaciones neumáticas. 
    De escasa vida bentónica
    invertebrada (ceriantarios, esponjas, crustáceos y similares) es punto de concentración
    de especies pelágicas y es frecuente ver a lo largo de la inmersión cardúmenes de
    pequeños peces como bogas y sardinas, que atraen a El Veril a depredadores como las
    barracudas o bicudas como se les conoce en las Islas, seriolas o medregales, pejerreyes y
    varias especies de túnidos que, cuando coinciden, representan para el espectador
    espectaculares persecuciones en el azul. 
    La llegada a El Veril es
    detectable por la presencia de los sargos, que acuden al encuentro de los buceadores, ya
    que las frecuentes inmersiones han hecho que se acostumbren a la presencia del hombre. Los
    sargos comparten su territorio con zalpas o salemas, herreras, brecas, abades y cabrillas
    que se distribuyen entre los perfiles rocosos y la proa de la plataforma, que va cobrando
    profundidad a medida que se adentra en el Océano. 
    
     Las morenas abundan hasta el punto de llamar nuestra atención, más
    aún cuando observamos que no tienen reparos en permanecer fuera de las grietas. De hecho
    podría decirse que hay más morenas que grietas donde cobijarse. Y también están los
    meros. Este conocido serránido es el auténtico dueño de El Veril, que recorre
    parsimoniosamente, contabilizándose un gran número de ellos. En las pequeñas cornisas
    los meros se mezclan con los reyezuelos o alfonsitos que componen, en grandes nubes, una
    estampa cromática típica de la zona que los hace destacar sobre el fondo claro. 
    La plataforma arenosa que se
    extiende antes de la caída de la pared, a una profundidad que oscila entre 15 y 20
    metros, se halla colonizada por grandes campos de anguilas jardineras que se esconden de
    forma escalonada ante la presencia del buceador. Junto a ellas es frecuente observar
    algunos peces cartilaginosos planos como el tiburón ángel o angelote y las pastinacas o
    chuchos. 
    El pecio de El Ballester
    Más hacia el Sur se localiza otro
    punto de inmersión para los buceadores más experimentados, y los amantes de los pecios.
    Morro Jable esconde uno de estos misterios del mar a 50 metros de profundidad, medio
    enterrado en un lecho de arena, donde se oye el crujir de las cuadernas de El Ballester,
    un nombre que le han dado los lugareños, especialmente los pescadores, casi se diría que
    por identificarlo, ya que no se sabe con certeza ni por las marcas de algunos de los
    objetos recuperados si era realmente esa su denominación. 
    
     Ni siquiera sus dimensiones son exactas porque alguien, quizás el
    propio impacto, despojó a El Ballester de su proa y parte de su popa, aunque algunas de
    sus características y su propia descomposición, así como la inexistencia de testigos de
    aquel hundimiento, sitúan la fecha del siniestro en la segunda mitad del pasado siglo,
    concretamente en la década de los 80. 
    Se sabe que se trata de un barco
    de tres palos cuyos restos son un amasijo de piezas de hierro, ruedas, bloques de piezas
    férreas, mucho cable, grifos, raíles, ruedas de tranvía y similares, e incluso se ha
    visto algún mosquetón militar, probablemente defensa en tiempos difíciles de la propia
    tripulación. 
    El Ballester encalló en la Baja
    de Jandía y presenta en popa, en el lado de babor, el boquete que le causó su
    hundimiento. Según las versiones que hemos podido recoger de los pescadores de la zona,
    el barco, quizás sorprendido por alguna tormenta, intentaba ir hacia tierra, aunque al
    llegar a Punta Viento, comenzó a alejarse de la costa. Por lo que se sabe, la
    tripulación tiró las anclas, pero una de ellas se quedó colgando hasta que el hierro se
    partió como demuestra la argolla de una de las anclas, aunque al parecer, ayudados por
    los barquillos salvavidas, los ocupantes del barco pudieron salvarse, dejando que El
    Ballester se hundiera con sus treinta metros de proa a popa. 
    El Faro de Jandía es el eje que
    divide Sotavento de Barlovento, la zona que padece el embate casi continuo del mar, lo que
    posibilita la práctica del buceo sólo en contadas ocasiones a lo largo del año. Se
    trata, por tanto, de una zona casi inexplorada, salpicada de bajíos que albergan una vida
    menos condicionada por la presencia del hombre, como ocurre prácticamente con toda la
    Isla. Porque así es Fuerteventura, larga, árida y extraña, casi por descubrir,
    solitaria y plácida como las paradisíacas Islas del Trópico. Pero cercana. 
    
     
    
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    Texto: José Barrera Artiles 
    © Fotos: Rafael Herrero Massieu
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