Pecios
de Menorca
El "Francisquita"
Por Alfonso Buenaventura
Artículo reproducido por
gentileza de


l 17 de diciembre de 1952, se hundía el carguero de nacionalidad
española que llevaba por nombre "Francisquita", sin que, afortunadamente,
tuvieran que lamentarse pérdidas humanas. Desplazaba 437 toneladas de
arqueo bruto y medía 45 metros de eslora por 8 de manga, estando equipado
con un motor diesel de 4 cilindros. Había salido del puerto de Sevilla con
100 toneladas de pulpa de remolacha y una partida de corcho, esta última
estibada en cubierta para ser descargada en Palamós, en donde haría escala, y el 16 de diciembre reanudaría viaje
con rumbo a Ciutadella.
Se encontraba en pleno apogeo un temporal de
tramuntana acompañado de aguaceros intensos, de esos que han hecho famosa
a la isla de Menorca entre los navegantes de todos los tiempos. Las olas,
de altura considerable, rompían furiosamente contra los recios acantilados
de la costa norte de la Isla. Mientras, el "Francisquita" continuaba
navegando en plena noche cerrada intentando ganar su puerto de destino.
El
capitán había bajado a descansar a su cámara y era responsable en el
puente uno de los oficiales. Al distinguir una farola, el marino entendió
que se trataba de la situada en la bocana del puerto de destino y cuando
se dio cuenta de su error sería ya demasiado tarde: un terrible golpe,
brutal, que haría conmocionar a toda su estructura, haría entender a
quienes se encontraban a bordo que habían colisionado con alguna roca. No
tardaban en percatarse de la rotura del timón y con ello la consiguiente
apertura de una vía de agua.
La tripulación se alarmó sobremanera,
corriendo inmediatamente a la bodega de popa para comprobar los daños. El
agua entraba junto al árbol del timón, no con fuerza, pero sí de forma
continuada e incontrolable y el preludio de un posible naufragio comenzaba
a hacerse patente. A la vista de la situación se había avisado al capitán,
quien ordenó a su primer oficial que sin demora alguna lanzara un S.O.S.
vía radio. Las comunicaciones por aquel entonces no eran las de hoy en
día: ni VHF, ni satélite, ni por supuesto teléfono móvil.
Las llamadas y el tráfico marítimo
se cursaban a través de la ruidosa banda de Onda Media, en que los ruidos
y parásitos atmosféricos (no digamos nada si además había tormenta),
hacían una verdadera aventura mantener una comunicación entre dos puntos
con un mínimo de condiciones favorables.
Pero las circunstancias serían en
parte generosas para los tripulantes del carguero ya que su mensaje fue
recibido en varias estaciones. También le estaba observando la vigía del
Semáforo de Bajolí, perteneciente a la Armada Española, cuyo operador
había detectado su presencia por las luces muy próximas a la costa.
Extrañado por ello había avisado a la Ayudantía de Marina de Ciutadella
poniendo a su responsable sobre aviso. Éste, a su vez trasladó la
situación a la Estación Naval de Mahón, y su comandante ordenó que una
embarcación en condiciones se dirigiera al lugar de los hechos, a la par
que la vigía debería de continuar informando sobre la evolución de los
acontecimientos.
Así pues, a primera hora de la mañana partía del puerto
de Ciutadella la barca de arrastre "Valldemosa", llevando a bordo al
propio ayudante de Marina y a un grupo de pescadores dispuestos a ayudar
en las operaciones de salvamento.
Joan Seguí, que bastantes años
después sería el guardamuelles del puerto de Ciutadella, fue testigo ocular del
hundimiento. Tenía por aquel entonces quince años de edad. Es curioso. Su
relato y el de otros testigos difiere en buen grado al difundido en su día
por las agencias de prensa ya que, en todo momento se relacionó su
hundimiento con un fortísimo golpe de mar que le arrancaba el timón y
abría una vía de agua.
"Me dirigí con mi padre hasta Punta Nati, en cuya
costa estaba ocurriendo el desgraciado episodio. Nos encontramos allí
varias personas pero nadie podía hacer nada. También estaba el vapor
"Ciudadela", que no lo pudo remolcar puesto que los calabrotes se
partieron por dos veces. El barco había pegado con su popa contra la costa
en el punto conocido como Escull d'en Nati al intentar dar
desesperadamente la vuelta y se le abrió un boquete. Había confundido el
faro de Punta Nati con la farola del puerto, y se dio cuenta demasiado
tarde de su gravísimo error, metiéndose en plena noche hacia donde no
debía. El barco rebotó hacia atrás, posiblemente dieron también marcha
atrás a la máquina y la propia mar lo fue separando nuevamente de la costa
hasta llegar a hundirse varias horas después. Posteriormente dirían,
también, que habían colisionado contra la costa a causa de una avería en
el timón, pero el hecho es que la vía de agua se la hicieron en tierra.
Fue un hecho que se comentó durante bastante tiempo por la población".
Las 100 toneladas de pulpa
de remolacha que traía como mercancía tenía que servir de alimento para el
ganado una vez mezclado con agua. También se comentaba que, quizás, al
penetrar el agua en el casco y provocar su expansión, ayudó a acrecentar
aun más las averías provocadas con la colisión.
Estaba además, como se
ha mencionado, el vapor "Ciudadela", que el día anterior había suspendido
su salida regular hacia Palma a causa de mantenerse las condiciones
meteorológicas adversas, y lo había hecho a las siete de esa mañana.
Puesto en aviso por radio, su capitán daba inmediatamente la orden de
virar en redondo y poner rumbo a la zona en la que se encontraba el buque.
También el destructor de la Armada Española "Almirante Miranda" zarpaba
desde su base en Palma a toda máquina, para prestar el auxilio en lo
necesario a la par que un hidro de la base aérea de Pollença procedía a
sobrevolar la zona y a facilitar datos e informar vía radio a todos
cuantos intervenían en las operaciones de salvamento.
El aspecto que
presentaba el cuadro de los acontecimientos era impresionante y
sobrecogedor, puesto que el barco se encontraba muy escorado sobre su
costado de babor, zarandeado a merced de las impetuosas e impresionantes
olas producidas por el fuerte temporal y cubierto ya en parte por la mar
que poco a poco iba haciendo presa del mismo, comenzando por su
popa.
La "Valldemosa", que fue la primera embarcación en llegar a la
zona, había recuperado parte de la tripulación, la cual se había
aventurado a botar sus dos embarcaciones de salvamento y aproximarse a las
inmediaciones del pesquero. No se embarcaron todos: cuatro tripulantes,
entre los que se encontraba el capitán, se habían quedado a bordo pues
querían correr la misma suerte que su barco y se resistían a desembarcar
haciendo acto de abandono. Más tarde lo hizo uno de ellos, el camarero de
a bordo, que no sabía nadar y a quien el capitán haría prestar la atención
necesaria para que la evacuación se realizara con las máximas garantías.
Mientras tanto el buque iba levantando lentamente su proa, a la par que
sumergía cada vez más su popa.
El "Ciudadela" seguía expectante junto al
carguero, entre escalofriantes arfadas y cabezadas, y algún que otro
violento pantocazo, impotente, pues no podía hacer nada para remediar lo
que era ya claramente irremediable.
Por fin, ante los reiterados e
insistentes ruegos que les hacían tanto la tripulación del pesquero como
la propia, que ya se encontraba segura, los tres hombres que permanecían a
bordo del carguero, accedieron finalmente a abandonarlo, cuando se
encontraba prácticamente a punto de ser cubierto por las enfurecidas
aguas.
Llegadas las doce y media, se producía el inevitable hundimiento
sobre una profundidad de 32 a 35 brazas (unos 50 metros), a 1,4 millas al NW
de Punta Nati.
La "Valldemosa", con toda la tripulación rescatada y
perfectamente atendida a bordo, arrumbaba nuevamente hacia el puerto de
Ciutadella a donde entraba ya anocheciendo, siendo recibida por muchos
curiosos que habían bajado hasta los muelles al enterarse de la noticia
por la radio, atendiendo solícitos a los náufragos. La tripulación la
formaban 14 hombres que resultaron afortunadamente completamente ilesos
del percance.
El barco continúa aún hoy en el mismo lugar en que se fue
a pique, y habiéndose convertido en todo un símbolo de las inmersiones en
Ciutadella, es objeto de constantes visitas por submarinistas de todas las
nacionalidades. El lugar presenta una inmersión complicada puesto que
existen en su entorno corrientes de más de 3 nudos.
Se aconseja bajar en compañía de
buceadores experimentados en este pecio y también se advierte que
adentrarse en alguno de sus compartimentos, como puedan ser la popa o el
puente, no es aconsejable, debido a la presencia de cantidad de sedimento
acumulado que es fácil de remover mediante las aletas con el consiguiente
peligro que representa (pérdida total de la visibilidad en el entorno)
como saben perfectamente todos los buceadores.
Durante los meses de
invierno es cuando el pecio resulta más visible. Con la llegada de la
primavera las aguas se vuelven amarillentas a partir de los 25 metros,
aunque a finales de julio vuelven a aclararse lentamente.
El lecho del
fondo en que reposa, podríamos decir que está compuesto en mayor parte de
arena, donde el buque permanece perfectamente adrizado, una circunstancia
que curiosamente se repite en todos los pecios menorquines. En su interior
alberga gran cantidad de vida. Actualmente el palo, que había permanecido
durante años apoyado sobre la cubierta sujeto por una pequeña parte, ha
terminado por desprenderse definitivamente.

© Alfonso Buenaventura
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