Pecios en Canarias:
leyendas y misterio
por José Barrera Artiles
ntre las múltiples emociones que reserva cualquier inmersión,
sin lugar a dudas una de las mayores es la visita a un pecio, como se denomina en el mar a
todos los barcos que yacen en los fondos.
Los pecios esconden la leyenda, el
mito, la sensación de una maniobra inevitable, el terror en muchas ocasiones de todo un
pasaje, el crac en pocos segundos de años de trabajo en un varadero.
La visita a un pecio supone
asimismo el misterio, y pasar la mano por cualquier lado de un barco hundido produce una
sensación escalofriante de cómo sería el final de sus ocupantes, el año en que se
produjo el suceso y otra serie de incógnitas inenarrables.
Si bajo el mar, tener un techo
sobre la cabeza supone el miedo a no saber qué va a pasar, la visita a un barco hundido
es, en muchos de los casos, lo imprevisible. El crujir de las maderas bajo el mar, la
puerta que suena, son ruidos que se antojan estremecedores y que confunden a los
buceadores, cuando no los desesperan los monótonos tintineos, que continúan aún cuando
se está fuera del agua.
Las islas, por la abundancia de
tráfico marítimo que han soportado desde su existencia, han logrado ser un auténtico
cementerio submarino en lo que a barcos se refiere, desde hundimientos voluntarios a bajas
matagigantes, como es el caso de la Baja de Gando, donde cayeron varios trasatlánticos
del pasado siglo entre los que cabe destacar al vapor francés Ville de Pará, el Alfonso
XII, con su leyenda sobre las diez cajas de oro que transportaba de las que sólo se
salvaron nueve o, ya en el siglo XX, el hundimiento del Monte Isabela a más de sesenta
metros de profundidad casi inaccesible para la mayoría de los buceadores.
El Archipiélago no se ha
sustraído a contar con pecios que son verdaderas reliquias, desde galeones del siglo XVI,
guardados con absoluto secreto por los buceadores que han tenido la suerte de encontrarlos
y visitarlos, hasta submarinos de la Segunda Guerra Mundial, pasando por simples
pesqueros, cargueros o pequeños barcos que tuvieron la mala suerte de morir en estas agua
pero que, ante la inexistencia de un nombre que los identifique, se forjan su propia
leyenda.
El rastro de un pecio, maderas,
palos rotos, anclas de cientos de kilos enterradas en la arena u objetos personales del
pasaje en cada momento, hacen que cada una de estas inversiones sean una sorpresa y un
misterio. La abundancia de especies animales y vegetales que viven al amparo de los restos
de un barco constituyen además un lugar atractivo para la inmersión.
Pasaron años antes de que varias
expediciones de buceadores habiendo buscado sin fortuna, concluyeran finalmente en
encontrar el pecio del popular Valbanera, un barco que durante años se simbolizó en las
islas por llevar a cientos de hijos de esta tierra a las costas de Cuba, donde esperaban
encontrar una mejor manera de ganarse la vida.
El Valbanera encalló en la Baja
de la Media Luna en septiembre de 1919, y de sus casi 500 pasajeros, salvo de uno, nunca
se supo nada. El barco había hecho escala en La Habana y se dirigía a Santiago cuando lo
sorprendió una tormenta, y a partir de ahí el misterio envuelve el resto de la historia.
El barco, que yace a doce metros
de profundidad en su parte más alta, según ha relatado Fernando García Echegoyen, uno
de los responsables de la última expedición española, es conocido como el Pecio de las
Putas, ya que la voz popular entendió que al barco no se le permitió la entrada en La
Habana porque iba cargado de mujeres que buscarían en la prostitución su base de vida en
la isla. Un lamentable epitafio para las casi 500 personas que perdieron la vida en su
interior.
En Canarias pasa del centenar los
barcos hundidos frente a las costas, siendo destacable la desaparición del vapor italiano
Sudamérica, de más de 1.200 toneladas, en el mismo muelle, cuando fue embestido por el
barco Le France, de 4.600 toneladas, que venía con más de 1.300 pasajeros, hundiéndose
rápidamente y pereciendo más de cincuenta personas. Este suceso, el más grave de la
historia del Puerto de La Luz y de Las Palmas, significó el cuestionamiento de la
seguridad del Puerto. Los restos que pudieron quedar del barco permanecen para siempre al
Océano, al quedar sepultados por el actual muelle de La Luz.
© Texto: José
Barrera Artiles
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