El lector se preguntará ¿por qué lo 
	hice? La respuesta es simple: la búsqueda de soledad y de emociones nuevas.
	
	Siempre me ha gustado compartir mis 
	momentos de soledad con la Naturaleza, no hay para mí mejor escenario ni 
	mejor compañía que la de ella. Este entorno facilita la apertura del alma y 
	me permite una conversación sincera y abierta conmigo mismo, lejos del 
	cemento, de la tecnología, del “tienes que”, del “qué van a decir” o del  
	“cuánto tienes para saber quién eres” de nuestra “civilización”. En mi unión 
	con la Naturaleza, la palabra "Libertad" es real, soy libre de reír o 
	llorar, mis emociones afloran libremente y puedo sentirlas y escucharlas.
	
	Yo ya sabía lo que era estar sentado 
	frente al mar con la única compañía de las gaviotas y la música de las olas 
	acariciando apasionadamente la orilla de la playa. Ahora quería saber lo que 
	sería estar en sus profundidades con la única compañía de sus habitantes, su 
	silenciosa danza y mi respiración. 
	El primer paso importante a dar fue 
	el análisis de los posibles riesgos a los que me enfrentaría y si estaba en 
	condiciones de compensarlos. Evalué cada uno de ellos, como la falta de 
	aire, fallos en el equipo, posibilidad de quedar atrapado, mar de fondo, 
	corrientes, etc. Consideré cada una de estas posibilidades y la respuesta 
	para cada una de ellas y me sentí preparado para manejarlas. Entonces 
	comencé a planificarlo todo.
	REVISIÓN DEL 
	EQUIPO
	Pues bien, el día marcado fue un 
	lunes, así que el día anterior me aboqué a revisar y preparar el equipo que 
	iba usar, dedicándole obviamente especial y mayor atención de la que 
	normalmente le dedico, por dos razones fundamentales: 
	La primera razón es que, para este 
	tipo de buceo, es recomendable que la operatividad del equipo esté al 200% 
	para evitar sorpresas. 
	Por descontado que debemos conocer 
	perfectamente nuestro equipo, lo que en mi caso hizo evidente la segunda 
	razón: pocos días antes me habían robado gran parte del equipo de buceo y 
	tuvieron que prestarme algunas cosas. Tuve que desempolvar un antiguo traje 
	de neopreno, con mucha historia pero poca protección, debido al uso y el 
	paso del tiempo, y ser consciente de que uno de los problemas que afrontaría 
	sería la temperatura del agua; felizmente, los que conocemos las 
	profundidades del mar peruano sabemos que el frío es solo una idea ¿no es 
	así? 
	EL ESTADO DEL MAR
	Otro aspecto importante del que me 
	preocupé fue conocer el estado del mar; revisando las gráficas parecía el 
	adecuado, así que solo me quedaba mirar al cielo y rezar para que la 
	visibilidad fuera acorde con el estado del mar. Esto es importante porque 
	con ello reducimos dos posibilidades de estrés: estado del mar y 
	visibilidad. 
	EL PUNTO DE 
	INMERSIÓN
	El último paso era decidir el punto 
	de inmersión; tenía que ser un punto conocido definitivamente y que 
	presentara condiciones adecuadas como cercanía a la costa y una profundidad 
	no mayor de 10 a 15 metros. 
	En cada lugar del mundo donde hay 
	buzos, existe un lugar especial en el entorno marino, que suele tener 
	características adecuadas para la enseñanza y el aprendizaje: es el punto 
	donde todos los buzos del mundo hemos dado nuestros primeros aletazos y 
	hemos abierto las puertas al descubrimiento de la última frontera de la 
	Tierra. En el Perú ese lugar se llama Punta Chuncho (La Escuelita) en el 
	balneario de Pucusana, al sur de Lima. Este es el lugar que elegí para hacer 
	el primer "Solo Diving" de mi experiencia submarina. No podía ser otro.
	
	LLEGÓ EL DÍA
	Bien, el día llegó, una última 
	revisión al equipo y estamos en camino, para ello ya me había comunicado con 
	Puno, nuestro lanchero de siempre; lo consideré a él porque sabía que en la 
	superficie tendría alguien en quien confiar y que estaría pendiente de mi 
	desplazamiento bajo el agua. 
	Una vez en la lancha y camino al 
	punto de inmersión debo de confesar que una pequeña sensación de ansiedad se 
	dejó sentir. Yo la tomé como que en ese momento todos mis sentidos se ponían 
	en alerta y a partir de allí pondríamos especial atención en cada paso que 
	diéramos; creo que algunos le llaman adrenalina. 
	Antes de entrar al agua, comentamos 
	con Puno la planificación del buceo, cual sería mi recorrido, el tiempo que 
	pensaba permanecer bajo el agua y qué hacer en caso de... 
	He iniciado el descenso, a unos 10 
	metros de profundidad establezco flotabilidad neutra y realmente en ese 
	momento tomo conciencia de mi soledad, ya no tengo a mi compañero de siempre 
	que me está buscando la mirada para la señal de OK antes de iniciar la 
	aventura. Esta vez toda la responsabilidad es mía, esta vez somos solo el 
	mar y yo; siento que me esperan nuevas emociones, una extraña sensación de 
	libertad desconocida invade mi alma, la ansiedad 
	desaparece y soy absolutamente dueño de mis actos y conciente de las 
	consecuencias. 
	En el fondo de arena, observo 
	corretear algunos cangrejos, me oriento y comienzo un desplazamiento muy 
	lento hacia el arrecife. Me voy acercando al bosque de sargazos y me detengo 
	para disfrutar del libre vaivén de sus ramas al compás del movimiento del 
	mar. Instintivamente busco con la mirada a mi compañero, pero es cierto, 
	estoy solo, el espectáculo será hoy solo para mí. 
	En este momento tomé conciencia de 
	algo; normalmente cuando buceamos con nuestro compañero, estamos pendientes 
	de él, como él de nosotros, es verdad y ello nos lleva a compartir nuestra 
	atención en el compañero con la observación de la vida submarina o la 
	actividad que hayamos planeado en esa inmersión. Esta vez, dependo de mi 
	mismo. 
	Estamos ya en el arrecife y me 
	dirijo hacia la parte profunda, he planeado llegar a los 12 metros como 
	máximo y así lo hago. En mi vuelo me detengo a observar la alfombra de 
	anémonas blancas que cual manto de nieve viva corona el arrecife. 
 
	
	
	Foto: Gerry Wolfe
	En ese momento, un 
	grupo de castañuelas pasa por encima de ella y el paisaje está completo. 
	Este es un cuadro que no podré colgar en casa, pero si guardarlo en mi 
	corazón para que cada vez que quiera pueda cerrar los ojos y disfrutarlo. Es 
	la vida y yo soy parte de ella. 
	A los 12 metros de profundidad 
	después de juguetear con algunos cangrejos que me mostraban orgullosos sus 
	tenazas, cual campeón de físico culturismo, me encontré con un conocido 
	amigo de las profundidades de Chuncho: el mal llamado por nosotros Pez 
	Linterna (gracias a la colaboración de nuestro amigo Michael Sandoval ahora 
	sabemos que se llama Pez Semáforo u Ojo de Plata, Catalufa, Popeye Catalufa 
	o Big Eyes, nombre científico 
	
	Pristigenys serrula).
	
	
	Foto: Gerry Wolfe
	Como ya es costumbre nos observamos 
	mutuamente; este es un pez que normalmente no huye ante nuestra presencia, 
	lo cual demuestra mucha confianza en lo que tiene, eso lo tenemos claro y 
	nos limitamos a observarlo. Nadamos juntos por un rato, nos mantuvimos 
	inmóviles, me observa y lo observo, en fin, no se cuanto tiempo pasó, me di 
	cuenta cuando observe mi manómetro y tenía 1000 PSI. Era tiempo de regresar 
	(me había comprometido a respetar la regla de los tercios). 
	
	Algunas "pintadillas" acompañan mi 
	retorno al punto de salida, un tímido "tramboyo" me observa protegido entre 
	las piedras del arrecife; me sorprende la serenidad que reina en mis 
	pensamientos. La verdad, no tengo mucha prisa por salir pero debo de ser 
	consciente de que estoy de invitado en este maravilloso mundo y tengo mis 
	limitaciones. 
	He iniciado el ascenso a la 
	superficie, han sido 50 minutos de Solo Diving que marcan el inicio de una 
	nueva experiencia para mí en el mundo submarino. Emocionante y espectacular, 
	relajante y llena de paz; emociones encontradas pero todas reales. 
	
	PARA ACABAR
	Nuevamente el mar me ha regalado una 
	nueva y extraordinaria experiencia. El mar me impresionó desde la primera 
	vez que lo vi, al igual que mi compañera de toda la vida cuando la conocí… 
	Al mar lo amé cuando descubrí en sus profundidades la vida… A ella la amé 
	cuando me abrió su corazón y me dio la vida. 
	Antes, sentarme frente al mar y 
	abrir el alma era una opción frente a momentos en que los vaivenes de la 
	vida oscurecían el camino. Después de esta experiencia, también podré ir a 
	sus profundidades, penetrar su corazón, latir con él, sentirme vivo, salir y 
	mirar la vida de otra manera. El camino se puede oscurecer, pero mientras 
	tengamos fuego en el alma, siempre habrá llama para iluminarlo. 
	
	Quiero aclarar que el objetivo de 
	estas líneas sencillamente ha sido el de compartir mi experiencia, de 
	ninguna manera estoy invitándolos a vivirla. 
	Dicen que un buen buzo no es aquel 
	que ante una situación de riesgo o peligro sabe actuar correctamente y salir 
	airoso, sino que un buen buzo es aquel que no se pone jamás en situaciones 
	de riesgo o peligro. Esto es muy cierto. Por favor nunca lo olviden. 
	
	Debo de reconocer que esta vez he 
	sido un buzo muy, pero que muy malo… 
	Y lo volveré a ser.