La roca es de granito rosado, del mismo color que la piel de las
ninfas como diría el escritor Joaquim Ruyra y el verde de los pinos llega a acariciar el
agua. La playa es recogida y acogedora, a la vez deja entrever la placidez que se disfruta
aquí en verano.
Para el buceador Cala Llevadó resulta un lugar
interesante para impartir cursos ya que está resguardada y la profundidad desciende
progresivamente. También es una opción a tener en cuenta en los días en que no se
programa una salida en barco, puesto que ofrece vida submarina variada.
A grandes rasgos, la profundidad aquí es poca.
Domina en la parte más somera un fondo de guijarros, donde no es difícil observar a los
peces chafarrocas (Lepadogaster).
Un poco más hacia delante se encuentra a la
izquierda -dirección norte- unos bloques rocosos que limitan con el arenal que constituye
la parte central de la cala. Si se continúa avanzando la roca se convertirá en pared
vertical y en algún recodo se forma algún pequeño pero angosto desfiladero en el que
sobresalen los espirógrafos.
En algunas áreas crece la posidonia entre cuyas
hojas casi siempre merodea alguna sepia. Con un poco de paciencia mostrará su pericia en
el arte del camuflaje, pasando de un aspecto pálido indistinguible del fondo de arena a
un diseño de bandas gruesas que rompen su silueta y la hacen pasar desapercibida entre
las rocas.
Quizá el mayor atractivo de Cala Llevadó sea
descubrir sus pequeños organismos que pululan en las paredes verticales de roca, dentro
de la arena o que incluso pasan por encima de nuestras cabezas.
Encontrar algún crustáceo diminuto o una
planaria a modo de joya submarina y avisar a los compañeros para que participen de
nuestro hallazgo es uno de los grandes placeres del submarinismo.